El año pasado 2016 salía editado Skeleton tree (Árbol seco) el último trabajo de Nick Cave & The Bad Seeds, cuyo proceso de grabación y creación lo estuvo grabando y registrando el director neozelandés Andrew Dominik. Sucedió, que en pleno proceso, en noviembre de 2015 fallece uno de los hijos de Nick, Arthur, al caer por un acantilado en Brighton, ciudad donde reside la familia Cave. La tragedia transformó lo que iba a ser un documental musical sobre las sesiones de grabación, qué cosas inspiran al músico para crear, el contenido de sus letras, la manera en que salen las composiciones, etc., en un estudio sobre el dolor, la pérdida, la forma en que esos hechos influyen en la creación artística...
Es entonces cuando una obra que ya había sido concebida de una manera muy diferente a anteriores discos, alcanza un significado distinto y de mucho más hondo calado. Al principio habla Warren Ellis, la mano derecha de Nick desde hace ya unos cuantos años, y sin el que Mr. Cave dice, no sabría por donde ir, y cuyo pudor o miedo, le impiden hablar sobre un tema que le parece muy duro. A partir de ahí, los viajes al estudio en Londres, las entrevistas con Nick en la furgoneta que les traslada, y el reconocimiento también por su parte de que su estilo ha cambiado, él lo dice sobre todo por las letras, pero inevitablemente se nota también en la música, mucho más pausada que antes.
Cave también nos cuenta lo mal que lo ha pasado y sigue pasando, pero sin dejar de hacer su trabajo (en ningún momento se plasma ningún atisbo de dejar de grabar el álbum), cuando la gente por la calle le anima y le ofrece su compasión y le apoya, cuando un amigo se cruza con él y acaba llorando en sus brazos... ahí es donde él nota que todo ha cambiado y no quiere convertirse en objeto de lástima.
Por otro lado, también hay una relación de lo más curiosa con el director del film, que está creando una obra, sobre otra mente creadora, y hay cierta tensión, y eso se demuestra cuando Cave se refiere al rodaje como "una enormidad de tiempo sin hacer nada", aunque Dominik desde el primer momento desea reflejar la reflexión, siempre inteligente, entre el artista y su obra, la distancia (en todos los ámbitos) entre observador y objeto de contemplación.
Hay momentos impagables, sobre todo en el estudio, cuando se ve cómo van tomando forma los temas, su interpretación, como el genio escribe y reescribe para cuadrar todo como quiere, como interpreta, como despliega su creatividad, la forma en que se van encajando las piezas que conforman una canción, etc...
También aparecen por allí su mujer, Susie, su hijo vivo Earl, como se abrazan, su apoyo incondicional y la manera en que ella sobrelleva algo tan duro como la pérdida de un hijo, centrada más que nunca en lo que para ella antes era un hobbie, la moda.
Rodada aposta casi toda en blanco y negro, excepto una parte del final en color, me parece un relato de estos que te dejan aturdido, tocado y francamente impresionado. Especialmente fascinante, me parece como el director convierte una de las más elegantes actuaciones del músico, en una sinfonía de travelings circulares alrededor de él mientras canta y toca el piano.
Os dejo con el tráiler de éste gran documental.
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