Muchas eran las expectativas del nuevo film de Quentin Tarantino, Érase una vez en... Hollywood, y he de decir que en líneas generales me parece su mejor película desde hace mucho tiempo, aunque sigo diciendo que sus últimos films son demasiado largos, media hora sobrante más o menos, pero me refiero a un tema de síntesis nada más.
En este film, se habla sobre el cine desde dentro del cine, algo curioso cuando menos, pero digamos que el cine siempre ha tratado de convertir sueños en realidad, algo mágico que nos evade bastante del mundo en el que vivimos y que muchas veces nos permite seguir creyendo que hay cosas más bonitas, y que gracias a personajes del celuloide nos ayudan a imaginarlo. Grosso modo, esa sería la línea fundamental de la película.
La trama se centra en el final de los años 60, 1969 concretamente en Hollywood, donde la estrella de un western televisivo, Rick Dalton (al que da vida Leonardo Di Caprio), atraviesa por una etapa difícil, de cambios en el medio en el que habita, a los que intenta amoldarse, al igual que su doble Cliff Booth, al que interpreta de manera magistral Brad Pitt (cómo ha mejorado con el tiempo este actor) explotando de manera brutal su vena cómica, que ya sacara el propio Tarantino en Malditos Bastardos. La vida de Dalton está completamente ligada a Hollywood y tiene de vecinos a los recién casados Sharon Tate (Margot Robbie) y el prestigioso director Roman Polanski (Rafal Zawierucha).
Siendo este un film de claro estilo Tarantino, sin duda ha alcanzado la perfección dentro de su propio ámbito. Las escenas de Los Ángeles de finales de los 60, de esa gente del mundo del cine adinerada, que estaban de fiesta casi siempre, aderezadas con una banda sonora magistral (otra vez) son de las que se te quedan marcadas en la retina. Pero es ahí donde Quentin, en ese ambiente cuela sus instintos, sus fantasías, y cómo no, sus clásicos tarantinescos. Ahí están la sátira, la acidez y el sarcasmo del norteamericano a máximas revoluciones, haciendo un equilibrio majestuoso, casi de equilibrista, entre ficción y realidad.
Destacar la presencia de Al Pacino que da vida a Marvin Schwarz, un productor cinematográfico que quiere reconducir la carrera de Dalton, al que ve estancado, haciendo papeles de villano y lejos de su época de gloria, cosa que le hace saber en una charla y que hace enfurecer a la estrella, pero que con el tiempo le hará recapacitar. Tampoco le favorecen sus borracheras, que dificultan que memorice los textos de sus trabajos. Margot Robbie como Sharon Tate está maravillosa, siendo una mujer feliz (embarazada de Roman Polasnki) de ver sus películas en el cine, entrando ella incluso en la sala a ver la proyección.
Pero la pareja Di Caprio-Pitt funciona a las mil maravillas, tienen una química estupenda, teniendo en cuenta que hasta que se une a una mujer, Booth es casi su sirviente a todas horas, ya que su trabajo de especialista ha ido a menos, y su abrupta personalidad, en la que saca los puños en cuanto puede no ayuda.
Y es en ese cuadro de 1969 donde aparecen Charles Manson y su cuadrilla de hippies, que malviven en un rancho perdido, pero cuyas ideas maléficas del tarado de Manson tendrían consecuencias fatales en la vida de la pareja Polanski-Tate. Pero es ahí, en esa parte final del film, donde Quentin varía la historia para darnos un final estrambótico, lleno de sangre, muerte, y no pocas risas. Al fin y al cabo, y como he dicho antes, el director maneja de manera soberbia la delgada línea entre ficción y realidad, pero sale triunfante y victorioso inventándose un final, que seguramente hubiera sido mucho más amable y bonito.
Técnicamente el alarde de recursos visuales, cambios de cámara, planos cenitales y demás recursos que el director ha ido acumulando en su carrera, salen todos a la luz aquí en su noveno film.
Os dejo con el tráiler de esta gran película.