En 1992 Francis Ford Coppola dirige Drácula, su versión de la novela homónima de Bram Stoker. Está considerada la adaptación oficial, la película más fiel a la novela que introduce a personajes nunca antes adaptados. Gary Oldman, protagoniza de manera genial al Conde Drácula en una de esas interpretaciones que han pasado a la historia.
A lo largo de la película el personaje muestra su faceta como guerrero despiadado, como un anciano conde y como un caballero romántico. Muchos dicen que la interpretación de Oldman es capaz de asustar y enamorar al mismo tiempo. Se dice que el actor estudió los diálogos de tal manera que, si olvidaba una frase, quería volver a repetir toda la escena para poder plasmar todo el diálogo. Leyó la novela y ensayaba con un tono pavoroso para el Drácula anciano, dándole un toque más terrorífico al personaje. Gary Oldman pasó horas y horas maquillándose, sus maquilladores estuvieron cinco horas para conseguir el físico del conde.
En el siglo XIX, Jonathan Harker (Keanu Reeves) debe viajar hasta Transilvania, para que el Conde Drácula firme unos papeles referentes a su nueva vivienda en Londres, después de que su colega antecesor Reinfield volviera totalmente trastornado. El problema, es que el Conde, no es quien dice ser, en realidad es un vampiro que perdió a su amor hace 400 años. Para colmo, la novia de Harker, Mina (Winona Ryder), es clavada a ella. Debido a ello, Drácula decide viajar a la capital británica para conquistarla.
En una escena mítica al principio del film, Jonathan va a Transilvania, y su carruaje le deja en medio de la nada con lobos acechando, es entonces cuando un extraño carruaje tirado por caballos negros le recoge y le lleva al castillo de Drácula. La entrada es impresionante y allí le espera... el vampiro que le da la bienvenida.
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