Como alguna vez he dicho, en 1979 Ridley Scott dirige su segunda película, Alien, el octavo pasajero. Este es un film que tiene la gran cualidad de crear escuela, prácticamente inventa un género o lo renueva si se me apura, pero consigue que quede marcado en la retina de los espectadores y evidentemente como una obra cumbre de la cinematografía. Curiosamente no es ni la primera película de terror, ni la primera desarrollada en el espacio, ni tampoco la primera que enfrenta a un personaje solitario contra un ser que representa el mal, pero si que es cierto que fue la primera en unir todo eso en una cinta, y todo ello personalizado en una heroína femenina de mucho carácter.
La historia nos cuenta como la nave de carga Nostromo, de regreso a la Tierra, interrumpe su viaje y despierta a sus siete tripulantes. El ordenador central, Madre, ha detectado una misteriosa transmisión de una forma de vida desconocida, procedente de un planeta cercano aparentemente deshabitado. La nave se dirige al extraño planeta, para investigar el origen de la comunicación, y en esa expedición llegan a una zona donde hay unos huevos, en cuyo interior hay unos bichos que buscan en su salida del huevo inocular su semilla dentro del cuerpo que pillen. En concreto lo hacen en el de Kane, al que da vida el mítico John Hurt, y cuando regresan a la nave tiene un extraño tentáculo alrededor de la cabeza, que si lo tocan le estrangula, y que si lo cortan, el líquido saliente agujerea el suelo de la nave. El doctor de la expedición es Ash (Ian Holm) que va intentando hacer experimentos, mientras el capitán de la nave Dallas (Tom Skerritt) va tomando las decisiones.
En una escena mítica al inicio del film, los tripulantes de la nave Nostromo despiertan y salen de su sueño en las cápsulas, y el primero en hacerlo en concreto es Kane (John Hurt).
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