Que los biopics están de moda hace tiempo es algo evidente, pero lo que aún está más en el candelero es mezclar una supuesta biografía con la política, con lo que ello conlleva y además mezclando ficción con la no ficción, y la realidad con una soñada.
Adam Mckay es el director de este gran relato estrenado en 2018, en el que desde el primer momento demuestra su maestría con frases, tonos y mensajes, todo ellos aderezado con un sentido del humor constante, bastante burdo a veces, aunque en el fondo amargo, que consigue que estés empatizando con las bromas de personajes que resultan ser bastante patéticos, odiosos y poco recomendables.
La película, titulada aquí como El vicio del poder, nos cuenta como Dick Cheney, interpretado por un soberbio Christian Bale, era un zoquete borracho y bastante bronco en sus años jóvenes, lo que le provocaba constantes irritaciones de la que sería su mujer, Lynne Cheney, a la que da vida una magnífica Amy Adams. El plantel de actores, incluidos los cameos, es de un nivel superlativo, y querría destacar en este sentido a Sam Rockwell, que borda literalmente a George W. Bush. Steve Carell como Donald Rumsfeld también está soberbio.
Si que es cierto, que en varios momentos de la película se sale del biopic y se mete en el documental, pero sin maldad y para reflejar hechos concretos de importancia.
En lo que esta cinta está soberbia es en dar unas pinceladas sobre nuestra historia más reciente, siendo bastante mordaz y posicionándose claramente, pero con una capacidad de crítica que realmente nos incluye a todos. Aunque el film se centra en el ascenso de esa calamidad humana que era Dick Cheney, además de reflejar en todos los gabinetes en los que estuvo y las decisiones tan importantes que tomó, y su postura siempre polémica, sobre todo en la Guerra de Irak.
En una escena mítica están de cena Cheney, Donald Rumsfeld (Steve Carell), Paul Wolfowitz (Eddie Marsan) y David Addington (Don McManus), el equipo del vicepresidente, cuya catadura moral dejaba bastante que desear. Alfred Molina es el camarero que les presenta el menú dividido en títulos que reflejan exactamente el comportamiento del gobierno, que incluso en uno de ellos consigue la exclamación satisfactoria de Rumsfeld, cuando dice: "A los sospechosos se les secuestra sin dejar pruebas en suelo extranjero y se les lleva a cárceles de países donde practican la tortura..." recordando a todos la teoría del poder ejecutivo individual, que ellos aplicaban mucho.


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