Ben-Hur, por la que tengo especial devoción, es una película de 1959 dirigida por William Wyler y que fue galardonada en su día con 11 Oscars nada menos.
Se trata de una obra maestra del cine, sin ningún lugar a la duda. Charlton Heston interpreta a Judá Ben-Hur, hijo de una familia noble de Jerusalem que es amigo de Messala (Stephen Boyd), un tribuno romano que dirige los ejércitos de ocupación en la época de Augusto y Tiberio, y a los que un accidente involuntario convierte en enemigos. Ben-Hur es acusado de atentar contra la vida del nuevo gobernador romano y él y su familia son detenidos por orden de Messala, al caerse un trozo de teja de la casa donde vivía. Judá es mandado a galeras a remar para cumplir su condena, y pasa una larga travesía, pero antes un hombre llamado Jesús de Nazaret (Claude Haeter) se apiada de él y le da de beber, cuando el romano de turno le quitaba el agua y especificaba que no debía darse agua a Judá. En el transcurso de una batalla naval, él salva la vida a Quinto Arrio (Jack Hawkins) cónsul romano, y en agradecimiento lo adopta y le convierte en su heredero.
En su vuelta a Judea, Ben-Hur visita a Messala, y le reta a una carrera de cuádrigas, mientras sigue sin saber el paradero de su madre y hermana. Judá lleva los caballos de Sheik Ilderim (Hugh Griffith), unos preciosos caballos blancos que él los hace volar.
En una escena mítica, de las muchas del film, todas las cuádrigas esperan para salir al circo romano, y falta una, la número 5, la de Messala, que llega el último y Sheik se da cuenta de que Messala lleva un carro griego, con filos (metales cortantes) en las ruedas y avisa a Judá para que no se acerque.
Os dejo con la mítica escena.
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